ENTRAR EN CONVERSACIÓN (insolencias clínicas)

1.

Vidas encerradas en las calles y vidas encerradas en manicomios portan rarezas que molestan. Exponen desamparos que anticipan el horror. Normalidades apartan esas visiones.

2.

Ante lo que no se quiere ver, los ojos parpadean o se cierran, pero queda una culpa en la mirada. Un fugaz consentimiento.

3.

El enunciado “crisis socio económica” ya no dice nada. Los sustantivos crisis, sociedad, economía, se presentan como redundancias de un gran dolor.

Diciembre del 2001 no menciona una fecha, sino la cicatriz de una continua laceración.

La desigualdad no se presenta como problema para el capitalismo, sino como su secreta solución.

Existencias que deliran o existencias que no tienen dónde vivir no afean fachadas de las ciudades, recuerdan contrafrentes en ruinas.

Ponen a la vista una correspondencia ruin: no habría enriquecimiento sin empobrecimiento y no habría normalidad si no se descartaran demasías.

4.

Manicomios anticipan ciudades del futuro. Existencias encerradas apaciguadas con medicinas o adormecidas con rutinas vigiladas.

5.

Se conocen versiones de Esquilo, Eurípides, Sófocles, de la tragedia de Filoctetes. Un héroe griego a quien Heracles dona, antes de morir, su arco y sus flechas.

Camino de la guerra de Troya, en la isla de Crisa, Filoctetes se inclina junto al árbol sagrado con tanta mala suerte que la serpiente guardiana lo muerde en el pie. Así enferma.

Por sus gemidos de dolor y por la insoportable pestilencia que emana de su herida, sus compañeros deciden abandonarlo en la isla de Lemnos.

Una de las paradojas de la tragedia: la tripulación habituada a matar y morir no puede tolerar el tiempo sin fin, el dolor y la putrefacción: la demasiada vida.

Diez años pasa Filoctetes aislado en su padecimiento. Entonces, los griegos vuelven buscarlo. No regresan porque lo quieren y extrañan, sino por el legado que todavía conserva.

Hace falta el arco de Heracles para conquistar Troya.

Mientras tanto, en la desolación del dolor, Filoctetes medita sobre miserias y bondades de la vida en común. En el pie que apesta hieden podredumbres de la civilización.

Antes lo expulsaron, ahora vienen a buscarlo porque lo necesitan.

6.

En el paisaje urbano yacen siluetas sombrías y abandonadas.

Una cosa saber una común intemperie existencial, otra no tener un lugar en el que guarecerse.

Una cosa algarabías que salen a callejear, otra desalojos que dejan en la calle.

Como una mancha de combustible sobre el asfalto en un día de lluvia hay existencias tiradas ahí como los colores de un arco iris sucio y tóxico.

La expresión “vivir en situación de calle” se emplea para no decir “vidas que aplazan la muerte acurrucadas en una vereda”.

Índices de pobreza tendrían que llamarse índices de crueldad. Vidas expulsadas se pudren tendidas en las aceras.

Huelen mal.

7.

Desechadas en manicomios, no se valoran esas existencias por sus habilidades y hazañas.

No se sabe si nacieron de un amor.

Practican un habla insegura. Trastabillan cayéndose de las palabras.

Se trata de vidas heridas y confinadas. Arrojadas junto a otras vidas que sufren.

Pasan años alimentadas con neurolépticos y protocolos del buen sentir.

Casi nunca vuelven a buscarlas.

Habitan demasías que las normalidades no pueden soportar.

Huelen mal.

8.

El reparto desigual de bienes simbólicos y materiales se complementa con un reparto desigual de angustias.

Mientras algunas sensibilidades respiran demasías, otras dan la impresión de marchar ajenas a las penurias de los días.

9.

En su última entrevista, Derrida (2004) recuerda que quienes saben la muerte saben la vida. Celebran el por vivir, saborean la sobrevida, agradecen inmerecidos suplementos de tiempo.

Una soberanía vital que contrasta con el crudo sobrevivir, el mero aguantar un poco más, de quienes pululan sin lugar en el mundo del capital.

La calle nombra un callejón sin salida: el no hay dónde, el fuera sin adentro, el destierro desde la no tierra hacia el no hay otro lugar.

10.

La Isla de Lemnos queda en el mar Egeo.

Wehbi encuentra a Filoctetes en Buenos Aires, Viena, Berlín, Cracovia.

Los pies que apestan también habitan en un hospital de Open Door, una localidad próxima de Luján, sitio de encierro para pestilencias abandonadas.

11.

La hediondez hace desconfiar de las flores.

Vidas mundanas, encumbradas en metas y placeres, tienen qué desear. Vidas inmundas, caídas en la sucia existencia, reaccionan con los últimos reflejos que les quedan.

La calle se ofrece como falso margen. No hay orilla entre el no adentro y el ninguna parte.

Quienes piensan la tierra como plana tienen razón en un punto miserable: en la civilización del capital, más allá del horizonte de la propiedad se cae en la nada o en la muerte.

12.

Diógenes Laercio relata acciones performáticas realizadas por Diógenes de Sínope casi cuatrocientos años antes de los tiempos cristianos.

En Vida de los más ilustres filósofos griegos relata intervenciones atribuidas al filósofo cínico.

Diferentes historias en las que el vagabundeo se presenta como realización ética de una vida fuera de las capturas de los poderes, las instituciones, las hipocresías.

La reacción ante Alejandro Magno (“Lárgate, me haces sombra”) no compone una ironía o un desafío, pone a la vista un modo de situarse ante el poder.

Muchas veces la fuerza escénica de esos relatos reside en la práctica de la parresia, vocablo griego que expresa la decisión de decir todo.

Diógenes cultiva la insolencia como acción política de su filosofía.

En ocasión de encontrarse cautivo, en el momento en el que lo van a exponer a la venta, le preguntan qué sabe hacer. A lo que responde: “Sé mandar hombres. ¡Anúnciame así! ¡Veremos quién quiere comprar un amo!”.

Recuerda Sloterdijk que Platón llamó a Diógenes “Sócrates enfurecido”. A su vez, Diógenes refiriéndose a Platón, preguntó: “¿Qué puede ofrecernos un hombre que ha dedicado todo su tiempo a filosofar sin haber inquietado a nadie?”.

Marx (1845) retoma la idea en la conocida tesis 11: “Hasta ahora, la filosofía se ocupó de interpretar el mundo, de lo que se trata es de transformarlo”.

Pero, esa voluntad transformadora no conduce hacia una forma ya preconcebida. Lo venidero no se deja mandar.

Se llama mundo a un modo de existencia pasajero.

Tal vez se trata de que ese tránsito no se detenga. Se trata de no impedir la vida, de liberarla de todas las formas que la constriñen y dañan.

13.

Poco después de diciembre de 2001, Wehbi, con otras complicidades, realiza el Proyecto Filoctetes.

Ubica, al mismo tiempo, veinticinco cuerpos de látex vestidos, en diferentes lugares muy trajinados de la ciudad. La experiencia se repite en Viena, Buenos Aires, Berlín, Cracovia.

Los muñecos amanecen a la vista de transeúntes que salen de sus casas a trabajar, a pasear el perro, a fumar, a estirar las piernas. Están durmiendo junto al muro de un banco, tirados boca abajo en medio de la calle, envueltos con una frazada, apoyados en un monumento, manchados de sangre, próximos de la entrada a un subterráneo.

Cada figura está acompañada por un equipo que se propone observar y registrar reacciones de quienes pasan.

14.

Limpiezas y aseos de las ciudades no saben qué hacer con desvaríos de sensibilidades insumisas.

A fines del siglo diecinueve, desconciertos que fastidian se recluyen detrás de altos muros y se trasladan lejos.

Así se crea una colonia para existencias infectas en un territorio de varias hectáreas próximo de Luján. Un precioso espacio verde para emociones excesivas. Un gran parque proyectado por el arquitecto y paisajista francés Carlos Thays. El mismo que diseñó el Jardín Botánico, el Rosedal de la ciudad de Buenos Aires y otros hermosos parques del país. Un perímetro cerrado, con grandes casonas de dos plantas, copiadas de la arquitectura suiza de la época, nombradas como pabellones.

Todavía permanecen allí innumerables musculaturas de sangre caliente vestidas con ropa de nadie. Están quienes duermen y quienes no pueden cerrar los ojos. Quienes se alistan, a la hora en que enfermería llama, para cumplir las rutinas del día: levantarse, vestirse, ir al baño, desayunar, tomar la medicación, esperar la hora del almuerzo encogidas en un rincón, inclinadas sobre un mate, con el oído pegado a una radio, apoyadas en el tronco de un árbol, procurando cigarrillos o alguna cosa que calme, deambulando con las miradas perdidas.

15.

Se conocen expresiones que anuncian la debacle: “Tener que ir vivir a los caños” y “Andar en la vía”.

Tiempos miserables inventan palabras miserables.

Así se difunden, en años de hambre y desocupación -durante la tercera década del siglo veinte-, adjetivos que anticipan sociologías de la pobreza: atorrantes, linyeras, crotos, pordioseros, cirujas.

Atorrantes, ¿quiénes dormían en grandes caños apilados a lo largo de los caminos para cloacas o agua corriente producidos por la firma A. TORRANT?, ¿quiénes se ganaban unas monedas torrando o tostando café?

Linyeras, ¿quiénes andaban con un atado con ropa colgado de un palo sobre el hombro buscando una paga, que inmigrantes italianos llamaban la “linghiera”?

Crotos, ¿quiénes se habían beneficiado con viajar en los trenes sin pagar por un gobernador de la provincia de Buenos Aires de apellido Crotto?

Pordioseros, ¿quienes pedían una limosna “por amor a dios”?

Cirujas, ¿finos cirujanos que extraen alimentos de los desperdicios y cosas útiles de la basura?

Palabras a las que se suman indigencias, mendicidades, vagabundeos, sin techo.

Incluso se conoce un adjetivo para nombrar a las existencias tufosas: malolientes.

Palabras que evocan también los vocablos pícaro, buscavidas, buscón, de la literatura castellana del siglo de oro.

16.

La figura de caño quedó adosada a la de desecho. En derivas de secretas jergas sanitarias se dice que un paciente es un caño cuando se anticipa que no tiene cura ni arreglo.

Una residente de psicología cuenta que escuchó decir en la guardia de un hospital en el que se está formando: “No te calentés…ese tipo es un hidrobronz”.

Pero, ¿por qué sorprenderse de que alguien hable así cuando en las Facultades se enseñan sentencias sin alma?

17.

De las islas a los barcos, de los barcos a los edificios asilares, de los edificios asilares, ¿a dónde? ¿Otra vez a las ciudades de la impasibilidad?

En el ocaso de los manicomios, nos aguarda una luminosa y larga noche antes del amanecer. Tiempos para potenciar e imaginar otras formas de un común vivir.

Un común vivir que no expulse el dolor ni aparte el hedor.

18.

Se advierten proximidades entre una producción estética que pretende tomar por sorpresa indiferencias urbanas y acciones clínicas que deciden tomar por asalto rincones acallados del dolor.

Humanidades de látex que Wehbi instala se propusieron conmover apatías urbanas interviniendo sobre la ciudad como espacio escénico.

Insumisiones conversacionales en un hospital psiquiátrico se propusieron conmover dejadeces de los manicomios considerando que espacios clínicos pueden devenir en todas partes.

19.

Pero ¿qué significa tomar por sorpresa impasibilidades? ¿Violentar sistemas de previsiones diarias para transitar ciudades, para estar en las aulas, para trabajar en los hospitales?

Ante el asalto de lo inesperado -en la calle, en el aula, en el hospital- las existencias disciplinadas reaccionan de un modo semejante: se sienten molestas, cuestionadas, agredidas.

Alguien dice: “Con todos los problemas que tengo, ¿mire usted si voy a tener tiempo para detenerme a pensar cómo está la vida? ¿Cómo quiere que esté? ¡Está como la mierda!”.

20.

La súbita visión de un cuerpo tirado en la calle (dormido, desmayado, muerto) suele resolverse llamando a una ambulancia o a un patrullero.

Entre quienes están caídos y quienes transitan no hay vínculos, sino existencias paralelas.

Habitamos ciudades con mundos que no se tocan que, por momentos, se huelen o se oyen en azarosos y extraños infinitos.

A veces, hediondeces y gemidos se escabullen pasando desde un lado a otro.

Olfato y oído componen sentidos menos adiestrados para la negación.

Pero, si no hay vínculo, ¿qué hay? Hay nada o indiferencia. Hay miradas momentáneas y efímeras. Hay constataciones posicionales sin nombres ni historias. Hay leyendas barriales. Hay miedos, rechazos, odios difusos. Hay inclinaciones curiosas sin cercanías. Hay distancias prevenidas. Hay afectividad simulada o solidaridad gesticulada.

En pocas ocasiones hay hospitalidad, muchas veces hostilidad, casi siempre impasibilidad.

Pero lo que interesa en estos paralelos no reside en que no se tocan, sino en que ambas líneas se mantienen vigilantes una de la otra.

21.

Normalidades organizan mundos paralelos para no rozar ni tropezar con afectividades que las desestabilizan.

22.

Apuestas a subversiones conversacionales en un pabellón del manicomio tiene conexiones con los muñecos inermes de la obra de Wehbi.

Se presienten afinidades entre provocaciones artísticas que salen de los teatros, de los muesos, de las galerías y deshabituaciones clínicas que salen de los consultorios, de las universidades, de las oficinas de enfermería, de las salas de situación.

23.

Lo hostil no actúa igual que lo inhóspito. Lo hostil agrede, violenta, daña. Lo inhóspito no aloja, no abriga, no abraza, no registra.

La impasibilidad urbana no reside en una incapacidad de sentir, sino en una veda de la conversación. Está habituada a hacer tolerable el diario vivir consignando: eso no se mira, eso no se toca, de eso no se habla.

Expresiones habituales como “qué barbaridad”, “pobre gente” o “tendrían que hacer algo”, sirven como descargas que ahuyentan padecimientos.

24.

Pensamientos de las derechas reaccionan ante vidas arrojadas a la calle como ante un escándalo moral. Sospechan, en esas existencias, conductas dudosas, vicios y perezas. Activan reflejos de caridad, de corrección, de apartamiento, de expulsión.

Pensamientos de izquierdas ven en esas vidas signos de la irreversible descomposición de la civilización. Testimonios de la desigualdad. Motivos irrefutables para la toma de conciencia. Llamamientos urgentes a una razón política transformadora.

Literaturas que cuentan la calle captan ambigüedades de las clases medias urbanas: el temor de tocar fondo y, a la vez, la fantasía de alcanzar la liberación definitiva.

Cuenta Tabaré, dibujante de Diógenes y el Linyera, cosas de la última dictadura argentina: “Una vez dibujé al Linyera en el diario revolviendo tachos de basura. Una pelotudez. Había moscas, y recomendaron que sacara las mosquitas. Cosas de milicos, increíble”.

25.

Muñecos de Wehbi desencadenan gestos de ternura, repulsión, desinterés, ante la visión cruda del abandono.

26.

El psicoanálisis (o como se llame la clínica que hacemos) se encuentra con el arte en una común incertidumbre: nunca se sabe a partir de qué movimiento comienza el pasaje de la sujeción a la insujeción.

27.

Se conocen testimonios de antropologías urbanas. Apuntes de quienes cruzaron la línea para saber qué se siente, cómo se vive, cómo se las ingenia una existencia para no morir del otro lado.

Se trata de relatos de quienes hicieron la prueba de estar, por un tiempo, expulsados del confort de la ciudad dentro de la ciudad y de sentir el desprecio, la compasión, la lástima, el mal gusto de las migajas.

George Orwell cuenta, entre guerras, su vida en las calles de París y Londres como vagabundo en un libro editado en 1933.

Describe esos días de miserias y pesadumbres así: “Hay otra sensación que constituye un gran consuelo en la pobreza. Creo que cualquiera que haya pasado apuros económicos la habrá experimentado. Es una sensación de alivio, casi placentera, al saber que por fin estás sin una moneda. Has hablado tantas veces de la posibilidad de tocar fondo… y resulta que ya estás en él y puedes soportarlo. Eso te quita muchas preocupaciones”.

Aunque al mismo tiempo, todavía aturdido por la primera guerra europea, olfatea -en medio del dolor de las calles devastadas- el lado violento de caridades y limosnas: “Nunca volveré a pensar que los vagabundos son malhechores borrachos, ni esperaré que un mendigo se sienta agradecido cuando le dé una moneda”.

28.

Clínicas alborotadas salen de la inmovilidad de los modelos consagrados. Profanan las cuatro paredes y la camilla de la representación médica.

Se trata de movimientos de expansión. Más que de una clínica ampliada, una clínica expansiva de la imaginación.

29.

Alfredo Moffatt -que se desempeñó en 1984 como director del Hogar Felix Lora (asilo de indigentes de la ciudad de Buenos Aires)- supo describir el hábitat que componen en las calles de la ciudad quienes viven encerrados en el afuera. La impudicia de sus desnudeces, la sensualidad del fuego, las latas que ironizan la obra de Warhol, el clima de campamento, los gestos de libertad.

Cuenta Moffatt que con Pichon-Rivière se vestían de locos para ir al Borda. Se paseaban con ropa exótica y decían todo lo que pensaban. Así escuchaban cosas que nadie decía a los psiquiatras. Practicaban un habla clínica despojada de ropajes profesionales. La palabra franca del no poder. Un día a la salida del hospital los paran de mal modo en la puerta: “Y ustedes, ¿a dónde creen que van? A nuestras casas, ¡yo soy el doctor Enrique Pichon-Rivière y él es el arquitecto y psicólogo social Alfredo Moffatt!”.

Tuvieron que mostrar los documentos para que los dejaran salir.

30.

Rodolfo Kusch publica en 1961 un artículo que titula El hedor de América en el que relata su experiencia insegura, incómoda, temerosa, en las calles del altiplano.

Escribe: “…restituimos nuestra libertad por el lado de la pulcritud. Porque es cierto que las calles hieden, que hiede el mendigo y la india vieja, que nos hablaba sin que entendiéramos nada, y es cierto, también, nuestra extrema pulcritud. Y no hay otra diferencia ni queremos verla, porque tenemos miedo. El miedo de no saber cómo llamar todo esto que nos acosa y en lo cual estamos como hundidos”.

Fetideces reponen la vida en los cuadernos aseados de las normalidades.

Años después Kusch aprovecha la distinción, que la lengua castellana posibilita, entre los infinitivos ser y estar. El verbo ser que alude (entre otras cosas) a estar sentado y estar que designa el acto de estar de pie, pronto para la marcha. Dos figuras que conjugan diferentes modos de pensar la existencia. Ser en tanto sentaderas o nalgas de lo vivo, estar en tanto andanzas que siempre comienzan.

Sugiere que, tal vez, casi todo consista en aprender a habitar un común estar andando.

31.

Vidas que incomodan desprenden vahos, vapores de dolor, malos alientos arrinconados en las calles o deportados a una institución.

Desquicias encerradas en las calles o encerradas en los manicomios refuerzan la necesidad de distinguir los infinitivos ser y estar.

No conviene pensar en seres desencajados, asentados en estructuras deficientes.

Resulta inevitable habitar momentos desquiciados, estados de quebrantos, momentos en los que duele hasta lo insoportable la vida. Así navegamos corrientes que, a veces, se estancan.

Osamentas sin albergar, tiradas en esquinas bajo el techo de un balcón, en puentes, en mínimos zaguanes, esperan en una de las últimas sedes que anteceden al patíbulo.

Manicomios se emplazan como el lugar de una ejecución.

32.

Filoctetes no interviene en la ciudad como el procedimiento de la cámara sorpresa que toma por asalto a quienes pasan para captar reacciones desprevenidas.

No abusa del susto que un imprevisto provoca en una candidez que pasaba en ese momento.

No pretende hacer reír ni entretener con el espanto, la indiferencia, la piedad.

El mérito de Filoctetes reside en posibilitar estados de conversación.

Lo imperecedero de la obra no consiste en golpear o violentar al espectador haciéndole creer que en el lugar del muñeco hay una vida que agoniza.

Importa otra cosa: darse a la ocasión para hablar sobre cómo se está viviendo.

Filoctetes interesa como estética conversacional.

La posibilidad de una plática entre quienes pasan por ahí como reinvención dialógica de la política de la ciudad.

Incluso el rechazo ofendido y ofuscado de quienes objetaban intenciones horrendas y malsanas de la acción, se podría pensar no como rechazo de la escena de los muñecos de látex en posiciones de peligro o desgracia, sino como negativa da entrar en una conversación.

33.

Conversaciones no se ofrecen como tertulias ni como cotillones manicomiales.

Un estado de palabra en una institución, como en una ciudad, supone un acta de defunción que se suma a las muchas muertes necesarias para terminar con lo que daña la vida.

34.

Arte y clínica sufren la presión de los protocolos, la tentación de los automatismos, el aplanamiento de las instituciones. Si no ¿por qué se necesitaría hablar de una estética o una clínica vivas?

Durante la acción una voz se queja: “Esto es de mal gusto”.

35.

Después de todo, ¿en qué consiste eso que todavía llamamos realidad si no en una común conversación?

Supongamos una afectividad que dicen “vive más en la fantasía que en la realidad”. Una receptividad resguardada que prefiere no salir de la casa y se rehúsa a cualquier invitación. Una agitación que se comunica en voz alta con amistades y amores que no tiene. Un ansia que insiste en mandar audios en los que narra lo que siente a un número de celular en el que está bloqueado. Supongamos que quienes cuidan esa emotividad tratan de protegerla de circunstancias dolorosas. Imaginemos que le informan sobre la muerte de una persona cercana, pero no le dicen que se suicidó.

Eso que se nombra como estar en la realidad supone participar de una conversación.

Tomar parte en una conversación sobre la muerte, en una conversación sobre el amor, en una conversación sobre la amistad, en una conversación sobre el dinero, en una conversación sobre las miradas que estigmatizan.

Estar en la realidad quiere decir intervenir en las conversaciones que anudan algo de las hebras dispersas que se agitan en un presente.

36.

Una coincidencia: en tiempos del Proyecto Filoctetes se realizan acciones para terminar con el encierro de las demasías amordazadas.

Se inicia un movimiento clínico conversacional en la gran sala de un pabellón y en muchos lugares a la vez del hospital: en los pasillos, en los baños, en los parques o junto a una debilidad que pasó la noche afiebrada.

37.

Artes y clínicas traman cercanías y distancias con una convicción: “Normalidades enferman, demasías no”.

Durante la acción una infancia se sienta en cuclillas junto a un muñeco para verlo con atención.

Se podría decir que está ahí, en la escena, en estado de afectación. Sumida en una silenciosa conversación.

38.

Clínicas insolentes dicen en la sala: “Las próximas horas vamos a estar para hablar de cualquier cosa que necesiten o tengan ganas”.

39.

Sin embargo, rara vez se sabe estar en una conversación.

No se trata de un debate, una conferencia, una clase, un alegato, una disputa, un adoctrinamiento, una demostración, una defensa.

Estar en una conversación tal vez signifique estar en un común hablar a salvo de las relaciones de poder.

Conversar no se confunde con imponer ni convencer. Conversar, si algo así se puede, supone el provisorio sostén de una trama de versiones sobre lo que nos está pasando.

40.

Filoctetes más que como una intervención urbana se podría pensar como una interversión.

La palabra versión, que participa de muchas movidas (perversión, conversión, inversión, diversión, subversión, aversión, animadversión, introversión), porta una sinceridad de la que el término realidad carece: de entrada declara su falta de verdad.

Durante la acción una sensibilidad que se acerca a socorrer al muñeco se siente engañada, estafada, burlada.

41.

Del gran salón parten también pandillas de palabras: una sensibilidad enfermera, una pasión residente, una vida internada, salen a escuchar.

Dicen cada vez que se encuentran con alguien: “Venimos de la gran sala en la que se está conversando, si usted quiere decir algo lo escuchamos o, si prefiere, pasamos en un ratito. Después lo podemos contar o solo decir que usted dijo algo que pidió mantener en reserva o podemos aclarar que no quiso decir nada, pero que recibió la invitación”.

42.

Poner en marcha estados conversacionales en una ciudad o en una institución supone sacudidas del sentido común.

No se trata de las mesas puestas en esquinas en meses previos a las elecciones para conquistar votos divulgando una propuesta con parlamentos que imitan comunicaciones ideologizadas de la televisión.

Una estética conversacional necesita pensarse como potencia interferencial: oportunidad para que se pongan a hablar heridas, sin una finalidad persuasiva.

Durante la acción un repartidor de alimentos dice a su compañero: “Seguí adelante, porque este tipo está reventado y yo no puedo ver cosas con sangre”.

El sentido común compone la piel de la impasibilidad.

43.

Por momentos muchas voces se superponen en la conversación.

Entonces: la vez siguiente dos o tres antenas comenzaron a anotar cosas que escuchaban y cada tanto las leían con entonaciones coloridas y dramáticas, como ecos que repicaban, como preguntas y tartamudeos, como invitaciones para que se siga hablando.

44.

Filoctetes necesita crear un espacio de confianza en un sitio que no forma parte de un acuerdo o contrato conversacional como un teatro, un museo, un salón de muestras.

Durante la acción un perro olfatea una compacta mansedumbre de látex.

45.

Alguien quiso saber si estaba presente en la reunión porque no se veía.

Entonces: la vez siguiente en el transcurso de la conversación se sacaron fotos, a quienes quisieron, para proyectarlas en una pared.

A muchas de las existencias que participaban de la conversación les costaba reconocerse.

Una voz dijo que “el encierro carece de relojes y espejos”.

46.

Estéticas y clínicas se balancean entre la improvisación y la profesionalización.

Profesionalismos tienden a la solemnidad, improvisaciones a no estudiar.

Estéticas y clínicas apasionadas, no solemnes ni improvisadas, practican el desparpajo.

Insolencias desafían costumbres y saberes uniformados.

Durante la acción una vigilancia impaciente pega patadas en la cabeza del muñeco.

En eso reside rehusarse a la conversación.

47.

Alguien no podía parar de hablar.

Entonces: la vez siguiente se dispusieron apartes, a un costado de la conversación, para que quienes lo necesitaran se pudieran explayar sin límites. Al final, se contaba algo, de todo lo que se había dicho, en la otra conversación.

48.

Horacio González a propósito de esta obra de Wehbi escribe: “las experiencias artísticas más riesgosas son las que parten de la invitación a decidir qué se está viendo”.

Cierto: para que se desate una conversación se necesita partir de un estado de indecisión.

Durante la acción una señora toca la espalda de la figura caída.

¿Con ese acto entra en la conversación? Está en tránsito de decidir si quiere o no saber qué está pasando.

49.

Alguien cuenta que está encerrado en el manicomio por un desgraciado desliz: justo se cayó en el parque del hospital cuando viajaba en su avión privado hacia Miami. Explica que nunca pasó por migraciones.

Entonces: la vez siguiente se dispuso una mesa franqueando una de las puertas de entrada con un pequeño cartel que decía “Oficina de migraciones: pasar a contar algo por acá”.

50.

A veces, fuerzas represivas y disciplinarias entran en la conversación.

Durante la acción un policía, con sentido de lo verosímil, ubica al muñeco en una posición más creíble.

51.

Alguien dice que se siente lanzando mensajes en una botella.

Entonces: la vez siguiente se ofrecieron diez envases con corchos bien ajustados. Se propuso, a quienes tuvieran ganas, escribir, dibujar, garabatear algo. Y que lo hicieran en pequeñas tiras de papel. Podían estar firmadas o no, podían leerse en la conversación o no. Una voz propuso ir un día a tirarlas en el río. Otra sugirió enterrar una botella al pie del árbol más antiguo de la Colonia.

52.

Pasar de largo protege de lo que más se teme.

Durante la acción una voz murmura: “Me veo a mí dentro de poco”.

53.

Una conversación se inicia cuando una emoción se anuda en la garganta, cuando el corazón se siente en apuros, cuando las manos transpiran, cuando el cuerpo se vuelve una esponja, cuando la lengua habla sola.

Incluso una conversación se inicia cuando se entra en un prolongado silencio.

54.

Alguien relata, en un aparte, a una de las psicólogas que carga con un secreto que le “carcome la conciencia”. Algo que nunca contó ni contará a nadie.

Entonces: la vez siguiente se incorporó a la conversación un gran tacho de metal. Se sugirió, a quienes querían, escribir un secreto o tormento. Se aclaró que incluso se podía dejar la hoja en blanco. Pero, cada cual se tenía que hacer cargo de pararse y echarlo en la gran olla. Luego se quemaron todas las penas calladas. Al final, una extraña procesión de penitentes salió a esparcir cenizas en los jardines.

55.

A veces, cuando todo duele se desearía tener un cuerpo de goma.

Durante la acción una vida, en su desamparo, pidió la ropa del muñeco porque la encontró en mejor estado que la suya.

56.

Alguien cuenta que soñó que el Gauchito Gil lo visitaba para decirle que se quedara tranquilo, que toda su familia iba a estar siempre bien. Enseguida preguntó si había un santuario cerca para agradecerle.

Entonces: la vez siguiente se proyectó fabricar un altar. La conversación consensuó levantarlo debajo del techito en el que se sentaba a esperar un compañero muy querido que había muerto hacía poco.

En los días que siguieron el santuario se llenó de regalos y ofrendas, de objetos y deseos. Alguien dejó cigarrillos y una copa “para calmar los vicios de la muerte”.

57.

Tiempos de la peste instalaron el imperativo “Tener una cama”. Conocido sintagma hospitalario. Último pedido en la intemperie. Refugio provisorio o final que narra nacimientos y amores, sueños y pesadillas, cuidados y abandonos., placeres y caricias, soledades y desolaciones.

Una vida que decidió irse del manicomio hizo que el equipo que la acompañaba firmara un compromiso de que, en caso de querer volver, siempre iba a tener una cama esperándola.

58.

Insolencias cansadas no retornan al redil de los acatamientos normativos, se retiran en espera de otras llamadas.

59.

La palabra siempre hurta algo a la vida, su desdicha consiste en nunca llegar a nombrarla.

La obra de Wehbi (como la clínica) no escapa a esa desventura.

 

MARCELO PERCIA practica la clínica, la enseñanza, el ensayo.
Actúa como profesor regular de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, en la asignatura Teoría y Técnica de Grupos.
Sostiene preguntas sobre cómo alojar demasías después de los manicomios.
Amontona lecturas, observaciones, apuntes, insistentes desvelos clínicos, en Notas para pensar lo grupal (1991), Una subjetividad que se inventa. Diálogo, demora, recepción (1994), Clínica del crack-up. Ficciones psicoanalíticas (2001), deliberar las psicosis (2004), Alejandra Pizarnik, maestra de psicoanálisis (2008), inconformidad. Arte, política, psicoanálisis (2010), sujeto fabulado I notas (2014) y sujeto fabulado II figuras (2014), estancias en común (2017) y demasías locuras normalidades, meditaciones para una clínica menor (2018), sensibilidades en tiempos de las hablas del capital (2020) y esquirlas, pliegues de la peste (2021).
Participó de la publicación Lo Grupal (1983-1993) e integra el comité de redacción de la Revista Pensamiento de los Confines.