La primera imagen que vino a mi mente en la reciente visita que hice al CCK, a la exposición “Archivo Filoctetes: Documentos de una intervención”, fue la representación de “Un artista del Hambre” de Franz Kafka. Recordé que para escribir ese relato, el escritor checo se había basado en la leyenda de los artistas circenses, la mayor parte fraudulentos, que desde fines del siglo XVII hasta fines del XIX se exhibían en los espectáculos callejeros de fenómenos o freak shows como “esqueletos vivientes” o ayunadores. La atracción consistía en ver cuánto tiempo podían resistir los artistas un ayuno absoluto, en la observación de los efectos de la caquexia en los cuerpos y en los récords que batían (los mismos estragos en los cuerpos, buscaron estudiar los Nazis dentro de los campos de concentración del siglo XX). Es decir, Kafka al escribir aquella historia no estaba más que creando el registro escrito (o documentando) de un acontecimiento pasado cuya proyección en el siglo XX avizoraba en lo concentracionario; del mismo modo que el “Archivo Filoctetes” documenta la experiencia ocurrida veinte años atrás, como farsa de los cuerpos de las marionetas que interpelaban a los transeúntes ciudadanos; en una confrontación con lo humano o inhumano. La apatía moral ante la miseria y la muerte en la vida cotidiana es el lugar del muñeco y del artista del hambre muerto de inanición o devenido animal (el personaje de Sófocles recuerda en algún punto al “musulman” del que habla Primo Levi en su Trilogía).
El carácter efímero de las experiencias produce un aura que, tanto Kafka en su relato corto publicado en 1922, como el corpus del Archivo Filoctetes después en el CCK; intentan representar tiempo después. En el decir de Walter Benjamin como manifestación irrepetible de lejanía en el grado de lucidez inmediata que solo el acontecimiento puede producir en el aquí y ahora. Ese espectro no atrapable en lo mediato de los acervos. La experiencia concreta que, como farsa o tragedia, deviene escritura o la imagen transportada a un tiempo y espacio que ya no dicen lo mismo. O hablan más de futuro que de pasado.
Tengo la sensación que la paradoja del acontecimiento Filoctetes (no del Archivo, veinte años después) es que surge como exploración artística del espacio público en medio de la crisis de representación político institucional de un momento de la Argentina. Es decir insinúa un modo de representación -desde el arte- de aquello que -desde la política- ha entrado en descomposición, mientras reconfigura el poder de excepción para volver a montar un nuevo teatro de la representación (no hay política sin teatro).
Los cuerpos de las personas asesinadas en el marco de las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001, la masacre de Avellaneda con Kosteki y Santillán el 26 junio de 2002, ocupan el mismo plano que los muñecos de Filoctetes. Ese topos es el lugar de los cuerpos (los de la farsa y tragedia) que gestiona el poder de excepción que se reconfiguraba en la crisis de representación política del momento. No estoy más que utilizando aquí a Giorgio Agamben cuando advierte que ese tipo de poder de excepcionar está emparentado con la pérdida de comunidad política y con una matriz concentracionaria de lo jurídico que animaliza lo humano o directamente la elimina (como en los estragos en los cuerpos del artista del hambre; como el vacío dejado por el poder desaparecedor de personas entre 1976/83).
Por eso pienso que hay algo irrepetible en aquellos hechos, que aun siendo juzgados por el derecho (la tragedia argentina), o bien representados con un aparato documental de archivo teatral performático (la farsa argentina), no traen al presente la verdadera dimensión del problema, sino al menos su silueta. El problema del Mal, que es el del archivo y su incapacidad de representarlo todo, nos dejan si la enseñanza para discutir y aprender de la Historia. De allí el factor pedagógico del Archivo Filoctetes.
Y aquí vuelvo al poder (o la capacidad de poder) de representación del Archivo Filoctetes expuesto en el CCK, con su monumentalidad en movimiento, con la lucidez mediatizada en un dispositivo al estilo “Atlas Mnemosyne”. ¿De qué nos habla Filoctetes?, ¿Hace una suerte de proyección mesiánica de lo que podría venir?, ¿O bien, dispara reflexiones sobre el espacio público (pandemia mediante) sobre qué hizo, hace o puede hacer el poder de excepción a través de la llamada “cultura del descarte”?
Cierro con esta cuestión: por mi tarea cotidiana como abogado me ha tocado hacer censos de personas indigentes y en situación de calle. En la ciudad de Buenos Aires hay varios organismos (como la Defensoría del Pueblo o la Defensoría de Ciudad) que llevan a cabo estadística dando cuenta del crecimiento cada vez más alto de personas abandonadas a su suerte en la vía pública, muchas de ellas en idénticas posiciones que los muñecos de Filoctetes.
Es más, me atrevería a decir que se ha llegado al punto de naturalizar ese lugar y que, a esta altura, nadie se fijaría si se trata de una farsa o una tragedia. En algún momento el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires inventó la UCEP (Unidad de Control del Espacio Público) para la limpieza callejera de los indeseables; hoy esa tarea la lleva a cabo -sin tapujos- la Policía de la Ciudad. Durante la Pandemia la gestión de las interdicciones de personas en situación de calle, con la excusa de la no circulación y aislamiento, fue motivo para todo tipo de abusos que fueron invisibilizados de los medios.
Entre la experiencia de Filoctetes y el Archivo Filoctetes percibo un abismo, aunque cierto sistema de signos donde el poder de excepción sigue siendo el protagonista. Entre el 2002 y el 2022 el neoliberalismo ha mutado demasiado rápido, y para ese virus, no hemos encontrado vacuna.
Quiero agradecer a Maricel Álvarez y a Emilio García Wehbi por la invitación a escribir estas líneas.
Julián Axat. Escritor y docente.
JULIÁN AXAT nació en La Plata en 1976. Es poeta, abogado y magíster en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de La Plata y se desempeñó como docente en la misma casa de estudios. Además es titular de la Dirección General de Acceso a la Justicia de la Procuraduría General de la Nación.
Publicó los libros de poesía: Peso formidable (2003), Servarios (2005), Medium (2006), ylumynarya (2008), Neo o el equipo forense de sí (2010), Musulmán o biopoética (2013), Rimbaud en la CGT (2014), Offshore (2017) y Cuando las gasolineras sean ruinas románticas (2019). También las antologías: Si Hamlet duda, le daremos muerte (2010) y La Plata Spoon River (2014). Hasta 2015 dirigió la colección de poesía Los Detectives Salvajes, de la editorial Libros de la Talita Dorada.