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Un poco de nuestra historia. Fundamos una editorial, tal vez ¿la primera? que se dedica única y exclusivamente a poner el ojo en los diarios íntimos de escritoras y escritores. Durante la pandemia, en ese tiempo de detención y observación (para quienes la supervivencia no quemaba en las manos) vivimos con nuestra hija en un departamento frente al mar en la ciudad de Miramar. El territorio tuvo mucho que ver con las preguntas que nos arrojaron a estrecharnos a la materia del sí: armar un catálogo que sea una pequeña cartografía de la escritura contemporánea de diarios. ¿Quiénes llevan diarios? ¿Cómo se escribe un diario? ¿Qué escenas devela el diario de hoy? Si el mundo fuese a acabarse mañana, pensamos, quizá queden los diarios íntimos como un último registro arqueológico.
Vivimos durante un año en el piso 9 de la calle 11 de la ciudad balnearia vacía, un desierto líquido. Desde una ventana podíamos seguir los pasos de la marea mientras que por la otra podíamos proyectar la vista al vivero, un pulmón verde inmenso donde se encuentra la atracción para místicos y veraneantes llamada Bosque Energético. Ahí algo misterioso sucede con la energía y las pruebas alimentan el mito de ovnis. El bosque se extiende a lo largo de dos hectáreas, está ubicado en el tramo final de la ruta 11, donde hace más de 3,5 millones de años cayó un meteorito. Con un simple experimento se puede dar muestra del magnetismo del lugar: se trata tan solo de levantar dos ramitas de pino del suelo y colocarlas una sobre la otra, formando una “T”. Las dos ramitas se quedan paradas, en un equilibro que desafía las leyes de la gravedad. Un equilibrio extraño. Un equilibrio colaborativo. Un libro no se cae si lo sostiene otro. Un diario junto a otro, un catálogo como una fuerza de relaciones, una trama de vínculos. Entonces empezamos a hacer de ese Bosque Energético casi una cuestión demográfica: instalamos ahí nuestro dispositivo, nuestra figuración colectiva, nuestro territorio poético y nuestro lenguaje. Sobrevolamos la idea como extraterrestres que llegan a una tierra nueva.
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Un diario debería ser una pista sobre cómo vivir en el mundo contemporáneo. Alan Pauls habla de la coartada histórica: el diario para dar testimonio de una época; pero también de la coartada religiosa, lo que mueve al diario es su impulso confesional, casi catártico, la alianza entre escribir y purgar. Entre muchas formas que adopta el diario, hay una que insiste: se escribe un diario para “mantener entrenado el pulso”, como si el diario íntimo existiera en una dimensión paralela a la escritura que importa, en un segundo documento, casi una escritura suplente, ortopédica. O una escritura parentética, del mientras tanto. ¿Su función sería mantener activo el músculo para cuando toque escribir en serio? Si en el imaginario romántico encontramos el mito de origen del famoso bloqueo de escritor, si el poeta es un pequeño Dios que se enfrenta a la hoja en blanco en vías de decir lo trascendente, lo que importa, el diario sería el soporte para conjurar la página en blanco: no hace falta decir nada trascendente, se puede diariar lo trivial, lo menor, la pavada. ¿El diario es, entonces, siempre un archivo lleno de palabrería no filtrada, de tinta negra, de manchas y garabatos? ¿Es el diario el género de la no inhibición? Como sea, pensamos en una editorial que celebre ese estatuto menor, que festeje la minoría, que le otorgue, en consecuencia, una total centralidad a esa escritura intrascendente. Nos alertaron: “No publiquen solo diarios, porque no se venden como una novela”.
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Pensamos en acompañar los diarios con escrituras vecinas, más o menos mellizas: epístolas, ensayos biográficos, correspondencias, cuadernos de artistas, autorretratos, micrografías del yo. Pero volvimos a apostar por la idea unicelular: solo diarios. Diario de una experiencia. Diario de un oficio. Diario de un viaje. Diario de un ensayo. Diario de una novela. Diario de un trauma. Diario de un objeto. Diario de un animal. Diario de un movimiento. Diario de… es infinito, es microscópico. ¿Todo puede pasar por la lente del diario? ¿Qué otras formas encuentran los diarios al habitual conteo del día a día, del mes a mes, del tiempo como línea? ¿Es esa subjetividad fechada su marca identitaria o solo un procedimiento a ser falseado? ¿Pueden florecer diarios de experiencias, de transformaciones, de geografías, de movimientos o de oficios? ¿Se puede, a la inversa, inventar mundos para diariar?
Frente a todas estas preguntas, al leer diarios, compartíamos el mismo efecto: la sensación de sosiego. Si quiere, la escritura puede avanzar sin necesidad de que algo esté atado a la acción, sin necesidad de que pase algo más. En la era de la tiranía de la acción, la motricidad de un diario puede ser pretendidamente lenta, desviada, inconclusa. Una escritura que avanza hacia los costados, mejor si es hacia adentro, no necesariamente hacia adelante. A la par de Úrsula K. Le Guin en su teoría de la ciencia ficción, el diario saldría de la estructura belicista de la novela (hecha de cuchillos, lanzas, objetos cortantes y con punta –fálicos– y conflictos: ¡más conflictos!) para entrar en superficies hondas, en recipientes, en sacos o en bolsas. Nos gusta pensar que los diarios le restan ansiedad al mundo. Y solo responden, como dice Pauls, a la decepcionante humanidad de un deseo que se cansa pero que no se muere: el deseo de ser sincero. Aunque no se pueda.
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El logo de Bosque Energético: lomos de libros que hacen equilibrio, lomos que parecen ramitas de un bosque. Una imagen que condensa el equilibrio colaborativo: un catálogo como un sistema cooperativo de fuerzas que arman alianza. Las cubiertas, que trabajamos en asociación directa con Maca Fatne, a la vez que toda la identidad visual de la editorial, piensan la serie apoyándose en el recurso de la tipografía estallada, con colores estridentes, sobre una imagen en blanco y negro. Quisimos ser lo suficientemente enfáticxs: lo primero que se lee es DIARIO, como si fuese un pasacalle que le cruzamos a los libros. La posición central para aquello que estaba en la periferia. Un cambio de eje. DIARIO se superpone sobre una imagen que no es directamente alusiva al contenido pero que proyecta sentidos posibles, lo rodea. No hay rostro, no hay imagen icónica que tranquilice el sentido. Hay superposición, choque o contraste, convivencia y repetición. Los diarios replican el sistema de las cubiertas. Son reconocibles a la distancia. Son fluor. Como si las cubiertas gritaran algo que en los interiores suele decirse a modo de confesión, exabrupto o rumor. Son una guía, un movimiento que se continúa, una flecha de luz.
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Tuvimos entre manos los dos primeros diarios para salir al mundo. ¿Existe antes la editorial o los libros que la conforman? Alberto Giordano habla del concepto “diario de escritor” y también del “acto de diariar”. Armamos nuestro propio “acto de editar”. Primero existía un documento de Word con textos de Santiago Loza, unas breves confesiones que habían quedado afuera de otro libro. Esas notitas periféricas valían para nosotrxs tanto como la fundación de un proyecto editorial. Contaban, a ramalazos, una experiencia de internación que podía recién ahora empezar a articularse en un pequeño libro. Esas notas tomaban la forma de un diario, como si el fragmento habilitara la confesión, que nunca es extensa ni cerrada ni elocuente, es un relámpago. El presente de ese libro es el del recuerdo de una experiencia sucedida muchos años atrás; el diario no como una mera convención del calendario, más bien la inscripción de la escritura en el tiempo, en su tensión con el espacio (y lo que lo rodea). No hay fechas en el diario de Santiago, inauguramos Bosque Energético salteando ese pacto, pero hay tiempo: el de la escritura que vuelve para entender, como las migas de Hansel y Gretel, para no perderse, para saldar cuentas con el pasado, para modificarlo, para agradecer a lxs amigxs que estuvieron.
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El acto de escribir un diario es una posibilidad de manchar los blancos, los vacíos, las lagunas de la memoria. Llevar un diario es arrastrarse para dejar una seña en la deriva de los días. ¿Un diario es sobre la vida del yo? ¿O es sobre el yo que intenta la vida? Es Elias Canetti quien dice: “la frase es otro yo a quien escribe”. La colección nos permite leer que la escritura de diarios íntimos se monta sobre la experiencia de otra acción. Nunca se trata tanto del “yo”. Un diario íntimo nunca está solo.
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El diario para ensayar los yoes que habitan en uno mismo. Existía en un documento de Word: Diario de los quince. La aventura de escribir de I Acevedo, escrito con la fuerza y la pulsión de una quinceañera que tiene el tiempo ancho a sus pies. La de I, a los quince, es una voz que se ensaya a sí misma en un cuaderno de adolescente, una voz que se busca (no quiere una fiesta de quince, quiere una compu para escribir un novelón) y recorta del mundo lo que le interesa, lo que le repele: una voz precoz y centelleante que insiste en marcar la geografía sensible de su mundo. Este ejercicio de I a los quince años pone de manifiesto ese “hacer acto” de quien escribe. I había escrito su diario a los quince y los diarios tienen algo o mucho de aliadxs, de amigxs invisibles, de ritos de pasaje, de compañía en el naufragio. Los diarios suelen ser las primeras escrituras en la infancia y las primeras lecturas: diarios de aventuras y de viajes. Pareciera que también son una casa –una referencia– cuando el yo sale de sí.
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Nos gusta acompañar el trabajo con la palabra, entrar en contacto con el “papel íntimo”, escuchar y quedarnos calladxs. A veces acompañar también es una tarea precaria, de segundos planos, de guardaespaldas. Desde esa posición, desde atrás o al costado, se visibiliza el valor del agenciamiento, la escritura que se organiza en la relación y dependencia de seres, objetos, materias, experiencias, territorios. El acompañamiento de diarios que, a su vez, siempre están acompañando otra escritura, otra experiencia, otra relación. La compañía de la compañía de la compañía.
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Algo se repite: sea cual fuere el tema, disparador, imagen o concepto que parece “organizar” el libro, de lo que están hablando los diarios es siempre del vínculo con la escritura. Todos los diarios son ventrilocuados por la propia escritura. Se escribe sobre escribir, se generan las condiciones para una escena en la que la escritura habita el mundo. El diario como un espacio–tiempo donde poner a discurrir la imaginación de una voz. Un soliloquio cortado, a veces, por los días.
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Diario del abandono, el primer libro que se publica de Leopoldo Brizuela luego de su muerte (hace ya cinco años), parte de una experiencia personal donde el autor reconoce una escena arquetípica del abandono y se pasa el verano mordiendo la idea, desgranándola, haciéndose polvo con ella. En Diario del abandono lo único que no abandona el autor es la escritura. ¿Qué preguntas trae la práctica de la lectura de papeles ajenos? Decimos papeles porque a veces el trabajo implica encontrar en notas dispersas, anotaciones y soplos un posible libro. ¿Y qué es un libro si no un artefacto donde hacer pie mientras se tiembla? ¿Y un catálogo? ¿Cómo dialoga el diario de un autor que ya falleció, que escribió apuntes 30 años atrás, con una serie de escrituras de autores vivos en el presente? Son 30 años, pero cada diario parece inaugurar su tierra. En el libro de Leopoldo optamos por incluir un autorretrato suyo a color (una selfie antes de que existieran las selfies), desviándonos de la serie de fotos en blanco y negro. ¿Alcanza? ¿Se lee la modulación? No alcanza.
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La curaduría de un catálogo de diarios se sostiene en una pregunta e hipótesis mayor:
¿Será posible un diario plural? Imaginar un remanente espacial donde el diario sea un lugar en el que una comunidad hace eco. Una escritura íntima que se teje en el imaginario colectivo. Una editorial de diarios íntimos es la escena de un relato coral. Pensamos que la colección intenta posicionar a la introspección, la observación y el pensamiento como parte ineludible del ritual cotidiano, generando manifestaciones que intercedan en el espacio de lo real. El diario como un repliegue íntimo y, casi siempre, en posición contraria a la postura del yo en las redes sociales. Una literatura que hace una confesión diferencial; como dice Laura Ortiz Gómez, autora de Diario de aterrizaje, escribir un diario es la posibilidad de prender un fósforo en la oscuridad de lo propio.
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El lugar del fragmento y la relación con el vacío. En la permanencia del salto de página encontramos, ante la ausencia de trama, un hilo que conduce. A veces probamos poner un enter, otro enter y otro enter. Esto proyecta un sesgo familiar entre nuestros libros: los espacios en blanco, como manifestaciones del silencio. ¿Cómo se calla un diario que quiere decirlo todo? Encontramos que editar se parece bastante a escuchar el momento de detención del flujo de una voz y hacer espacio para que resuene.
Diario de una aprendiz de señas de Tania Dick ubica en el proceso de aprendizaje de una nueva lengua la posibilidad de explorar los límites de la comunicación. Es la escena de cada clase y el vínculo que la autora entabla con su profesor lo que permite el silencio. ¿Deberíamos decir que alguien que lleva un diario en tanto observadora es siempre una aprendiz? ¿Para aprender, hay que dejar de hablar? ¿Es el diario el lugar donde con la máscara del yo, finalmente, el yo hace silencio?
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Una confesión: ningunx de lxs dos sabe usar ni remotamente el Excell, ni hacer cuentas, ni descifrar los informes de pago de la distribuidora, en nuestra casa se apilan libros en lo que era un pequeñísimo lavadero, ahora hay que reimprimir pronto casi todo el catálogo, no sabemos si vamos a poder, siempre nos equivocamos en la tirada, regalamos demasiados libros, hay que aprender a maquetar, hay que aprender de contabilidad, hay que aprender a usar el Excell, hay que sostener esto.
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La escritura de diarios, como pasa con la escritura dramática que no quiere ser una garantía de la escena, no es solo un recordatorio o certificado de los días vividos. A veces es más bien una anotación, un rastro material de las derivas, la presencia de una puntuación y, con eso, un ritmo. La escritura de diarios trae consigo la conciencia de la música de una interioridad. La construcción de un discurso y el registro de quien mientras escribe juega al “acá estoy – acá me fui”.
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Hablamos de escritura cuando queremos hablar de edición. ¿Encontramos en la edición una práctica de la escritura? Diario de limpieza de Matías Moscardi inventa dentro del registro diario un nuevo territorio, un “diario público” a la vez que un “ensayo íntimo”. El autor arma una serie con otros diarios, espía, copia, mira qué hacen otros diaristas, conversa con los vivos y los muertos, y se pregunta: ¿Realmente son íntimos los diarios? ¡Muestren, entonces, toda su mugre! “Un diario de limpieza solo puede ser escrito por un sucio”, dirá Francisco Bitar en la presentación de este libro, en el que Matías aumenta a cada paso las preguntas: ¿Escribir es limpiar o ensuciar? ¿Editar cuenta como limpiar? ¿Lo que se limpia no será la presencia orgánica del cuerpo en la letra? ¿Pasar en “limpio” un texto no es quitarle sus marcas corporales? El desafío fue mantener un poco sucio en la edición el diario de limpieza.
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¿Cuál es la escena de un diario hoy? La intimidad. O, como dice Tamara Kamenszain, esa intimidad inofensiva, donde ya no se trata de construir un ser en la literatura sino de referir un modo particular de estar en el mundo. Natalia Figueroa Gallardo escribe Diario de una guardavidas en el mar, en la orilla, escribe mientras acelera un curso para salvar vidas del agua. Su propia práctica de poeta y traductora se funde con el pulso marítimo. Pensamientos e imágenes se camuflan entre sí, cuerpo y escritura son el corazón de un diario que habla sobre aprender a ser guardavidas mientras la interioridad de la narradora se confunde con el entorno.
Cuando nos dicen: “¿Pero después qué van a editar? ¿Solo diarios?”, entendemos la ansiedad de lo que se concentra ahí. De lo que señala la presión sobre un mismo gesto. Lejos de que el límite apague un mundo se encienden caminos y derivas que solo este tipo de escritura puede habilitar. La intensidad de la experiencia despojada de grandes pretensiones narrativas. Escribir un diario donde la acción verdadera sea permanecer en reposo, haciendo la plancha.
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¿Y editar? ¿Cuál es la escena de la edición? Nos gustaría que nunca sea una práctica regulatoria, que emprolija o domestica, que limpia los textos sucios, que vuelve legible el trazo insurrecto de una emoción, de un pensamiento, de una imagen. Editar como el caballo que montamos para reformular una dirección, para hundirnos en el peso de una prosa, para expandir el territorio cuando hay sangre. Un trabajo cuerpo a cuerpo con la materialidad de un mundo. Una conversación con lxs autores que abren su caja de papeles para hacer juntxs la coreografía que implica saltar del “diario íntimo” al “diario libro”. Editar es la práctica de caminar sobre un puente que se hace mientras se está dando el paso. Una práctica viva. El ritual para una intimidad compartida.
** Crédito fotográfico foto de portada: Cuerpo y perro en el mar, sin especificar año y locación. Foto de Mariana Pacho López.
EUGENIA PÉREZ TOMAS es escritora, editora y directora de teatro. Magister en Escritura Creativa (UNTREF) y Egresada de la escuela de Dramaturgia (EMAD). Escribió y dirigió: Las casas íntimas, Rodolfo, Beatriz y Fantasma Unicornio, y Disparo de Aire. Sus dos últimas obras fueron en colaboración con Camila Fabbri: En lo alto para siempre y ¡Recital Olímpico!, estrenadas en el Teatro Nacional Cervantes y en el Complejo Teatral de Buenos Aires. En 2019, Rara Avis reunió parte de sus obras en Hacer un fuego. Publicó el libro de poemas Los buenos deseos (Elefante) y las novelas Frutas tardías y La canción del día, ambas por Paisanita Editora. Coordina talleres y acompañamiento de escrituras. Dirige, con Andrés Gallina, el sello editorial Bosque Energético.
ANDRÉS GALLINA es escritor y editor. Doctor en Historia y Teoría de las Artes en la UBA, donde se desempeña como docente. Junto con Matías Moscardi escribió Diccionario de separación (Eterna Cadencia Editora), Guía maravillosa de la Costa Atlántica (Sudamericana) y Museo del Beso (Reservoir Books). Es autor de La comunidad desconocida. Dramaturgia argentina y exilio político (Instituto Nacional del Teatro); Los días de la fragilidad (Oficina Perambulante); y, junto con la Compañía U, Diccionario utópico de teatros (DocumentA/Escénicas). Recibió el Primer Premio Internacional de Ensayo Teatral. Fue director de publicaciones del Teatro Nacional Cervantes. Es colaborador en Paripé Books (Madrid). Dicta talleres con Santiago Loza. Dirige, con Eugenia Pérez Tomas, el sello editorial Bosque Energético.