MURMURACIONES
Si es cierto que todavía atravesamos lo que se llama el “giro archivístico” es porque el archivo parece ser un tema inagotable. Esto no sólo responde a las posibilidades casi infinitas que nos ofrece el acceso a su edificio y a su performatividad, sino también a aquella otra pregunta que estuvo siempre, y que seguro estará eternamente: la pregunta por el tiempo.
Vivimos una época atravesada por la incertidumbre, por la ansiedad que representa no saber qué nos depara el mañana: si planea asaltarnos desde su futuridad, desde la anodina crónica de la nada que es el hoy, desde un reclamo silenciado en el pasado. Nuestro tiempo está fuera de quicio: es una constelación de tiempos plegados unos sobre otros, arremolinados unos en otros. Y este desquiciamiento implica un desafío para el trabajo del archivista: también la huella, el documento, el gesto ingresan al territorio de lo incierto, y el archivo debe replantear no sólo su estrategia, sino también el objeto de su estudio.
El archivo vuelve a encontrar una oportunidad para reinventarse, para asumir su devenir performático. Y esta instancia de reinvención también se le presenta a la propia performance (cuya breve pero intensa tradición suele renegar del registro) para pensarse como una práctica capaz de escuchar el rumor de su presente, de su pasado y, sobre todo, del porvenir. Es decir: pensar también su vocación de archivo, no ya como un espacio de constatación y conservación sino como una instancia para la invención.